sábado, 30 de marzo de 2013

¿RESUCITÓ JESÚS DE NAZARETH?

Los cristianos celebramos en este tiempo pascual la resurrección de Cristo. Por lo que se refiere a la persona histórica de Jesús de Nazareth, hoy en día ningún historiador que se precie de serlo duda de que realmente existió, pero eso de que murió y encima resucitó parece poco menos que un cuento chino, una bonita historieta que alguien inventó un día y que la Iglesia católica mantiene como forma de seguir fabricando ilusiones vanas. Sobre la muerte de Jesús por condena de Poncio Pilato hablan algunos historiadores, como Tácito o Flavio Josefo, pero ¿qué decir de su resurrección? ¿Se puede considerar como un hecho histórico fiable o es una invención de la primitiva comunidad cristiana? En una palabra, ¿resucitó realmente Jesús de Nazareth?
El apóstol San Pablo pone el dedo en la llaga cuando afirma que, si Cristo no resucitó, “vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 17). En efecto, la fe de los cristianos o se sustenta en hechos que han acontecido realmente o, de lo contrario, carece de sentido. Si Cristo no ha resucitado, no existen ni la fuerza de los sacramentos ni la gracia o vida divina que se nos comunican por medio de la Iglesia. Con Cristo muerto y sin resucitar, Él ya no vive ni puede, por ello, actuar a través de la Iglesia. Por otra parte, es un hecho claro que, si alguien encontrara, sin duda científica, el cadáver de Jesús, demostraría con hechos que el cristianismo es una gran mentira. Cristo no habría resucitado. Se podría aducir una prueba: ahí está su cadáver.
Ahora bien, la crítica moderna ha desarrollado unos criterios llamados “de historicidad”, que nos hacen pensar en la realidad del hecho de la resurrección. Uno de esos criterios es conocido con el nombre de “criterio de discontinuidad”: cuando un dato es totalmente contrario a la mentalidad judía primitiva, no puede ser ésta la que lo ha inventado. En este sentido, habría que precisar varias cosas:
1º) Teniendo en cuenta que el pueblo judío creía en la resurrección, pero sólo en la reservada para el final de los tiempos, resulta inimaginable en su mentalidad pensar en una resurrección repentina, al estilo de la acontecida con Jesús según el testimonio de los apóstoles. Por eso, la primera comunidad cristiana, de origen judío, no pudo inventar una cosa así.
2º) Llama la atención cómo dicen los evangelios que una mujer (María Magdalena) es la primera persona testigo y pregonera de un hecho tan importante como la resurrección. Teniendo en cuenta el nulo valor testifical y social de la mujer en aquella cerrada mentalidad, esto sólo se entiende por fidelidad histórica a unos hechos reales.
3º) Tras la resurrección, los jefes de la primitiva comunidad cristiana, lejos de ser ensalzados (como sería lo normal), aparecen bastante desprestigiados, como hombres temerosos, dubitativos e, incluso, incrédulos (caso de Tomás, que pondrá condiciones para creer en la resurrección de Cristo). Alguno mete la pata preguntando a Jesús si es ahora cuando va a restablecer el reino de Israel (He 1, 6). El sentido que Jesús quería dar a su resurrección (redimir, salvar a la humanidad) era, al principio, ajeno a la mentalidad de los apóstoles, más política que espiritual: “Nosotros esperábamos que él había de dominar a Israel” (Lc 24, 12-13). Por eso, resulta impensable que inventaran una resurrección con ese sentido desconocido para ellos y de ahí que sólo podamos explicar su inicial ridículo por fidelidad a hechos históricos.

En suma, tenemos argumentos (como mínimo, indicios racionales) para pensar que, efectiva, histórica y realmente, Cristo resucitó. ¡Aleluya!

miércoles, 13 de marzo de 2013

FRANCISCO I, UN PAPA PARA TIEMPOS DE CRISIS

Habemus Papam. El Cardenal de Buenos Aires, Jorge María Bergoglio, ha sido elegido por los cardenales para ocupar la silla de Pedro. ¿Sorpresa? Hasta cierto punto. No figuraba en los principales puestos de las quinielas periodísticas, pero era uno de los posibles. De hecho, se cuenta que en el anterior cónclave, quedó segundo tras el Cardenal Ratzinger y que pedía, con lágrimas en los ojos, que dejaran de votarle. Esta vez, la cosa ha ido en serio. Es Papa, con el nombre de Francisco I.
Personalmente, tenía muy buenas referencias del Cardenal Bergoglio antes de ser elegido como sucesor de Pedro. Era una persona conocida por su austeridad y santidad de vida. De modo que cabe pensar que los cardenales se han inclinado por un Papa santo antes que por un Papa sabio. Con Ratzinger, pasó, quizá, al revés: se quiso tener como Pontífice al intelectual, al teólogo maestro, el mejor de los tiempos modernos, aquél que podía iluminar con su primorosa doctrina el momento actual de la Iglesia. Esto no quita nada para que Benedicto XVI haya mostrado una integridad de vida digna de quitarse el sombrero. Pero cada persona y cada Pontífice tiene su carácter y sus acentos.
Con Bergoglio, creo que se ha dado un viraje en toda regla, un giro de 360 grados. Primero, ya no es un Papa europeo, lo cual muestra la catolicidad y la universalidad de la Iglesia. Se va perdiendo desde hace más de treinta años la tradición de los Papas italianos, algo que, quizá, en este momento, era necesario, pues quienes hablan de las intrigas internas vaticanas, señalan a los italianos como un grupo de peso en las tristes deslealtades y luchas por el poder, algo de lo que se ha huido por completo. Se ha escogido a un hombre fuera de toda duda, lejos de la sospecha por encubrir la pederastia y ajeno a las intrigas del Vatileaks; un jesuita austero que, en estos tiempos de crisis, puede recordar a la humanidad valores morales fundamentales, situados en el extremo opuesto a los que han originado la actual crisis económica. Y que  también puede recordar a los cristianos principios evangélicos esenciales que han quedado en el olvido.
Por otra parte, me llama la atención que el nuevo Papa sea jesuita. La Compañía de Jesús vive, desde hace años, una importante división interna entre supuestos “conservadores” y supuestos “progresistas”; no son pocos los sacerdotes y teólogos jesuitas que se manifiestan en contra de la enseñanza y el Magisterio oficial de la Iglesia (a pesar de que tienen un cuarto voto de obediencia al Papa), una situación que, para cualquier católico de bien, resulta dolorosa. Hay que reconocer que los jesuitas verdaderos, los de la “vieja escuela”, son gente extraordinaria y muy bien preparada, pero nos quedan pocos de ésos. Quizá, uno de esos pocos era el nuevo Papa. Quién sabe si la histórica institución fundada por Ignacio de Loyola necesitaba tener al frente de la Iglesia a uno de los suyos, para acometer una intensa reforma de la Compañía que los devuelva al verdadero espíritu ignaciano, jamás enfrentado con la Iglesia oficial. Esperemos.
Además, personalmente, creo que la fama de austeridad y los valores con que llega al Papado Francisco I permite albergar esperanzas de una “limpia” importante en todas las esferas eclesiales donde asome las más mínima corrupción y contra-valor evangélico. Puede ser el Papa de las reformas. Si el Cardenal Bergoglio es, como se ha dicho, una persona de vida santa, tendrá que ser también un Papa sano, que sanee aquellas estructuras y estamentos de la Iglesia que despiden hedor, en lugar del buen olor de Cristo. Ojalá.
En suma, a la alegría que siente todo buen católico por la elección de un nuevo Papa, sumamos la ilusión y esperanza que genera, concretamente, la persona elegida, con la anécdota añadida de que es de habla hispana. Dios le bendiga abundamentemente y le haga ser un pastor conforme a Su Corazón. Oremos. Que así sea.