lunes, 11 de febrero de 2013

LA RENUNCIA DEL PAPA

La renuncia del Papa nos ha cogido a todos por sorpresa. Personalmente, siento una mezcla de tristeza (porque es como si un padre decide marcharse) y de emoción (al pensar en la lucidez y plena responsabilidad con que toma esta decisión, en cierto modo, rompedora, ya que, con él, sólo 4 papas en la historia han dimitido. El último, Gregorio XII, renunció en 1515; es decir, hacía más de 500 años que no sucedía algo así. Por lo tanto, estamos ante un hecho verdaderamente histórico y cuasi-novedoso). A este Papa ya no le podrán acusar de apego al sillón (o a la Cátedra de San Pedro) e, incluso, podrá decirse de él que, con su renuncia, ha roto moldes, de modo que los rigores y las estrecheces que algunos le presuponían cuando fue elegido quedan, en buena parte, ahora desmentidos. Prima el Papa lúcido y listo que, viendo su edad avanzada y sus fuerzas cada vez más limitadas, cree, en conciencia, que es mejor pasar el testigo a otro. Aunque Benedicto XVI no ha pensado abandonar por una motivación “efectista”, sin embargo hay que reconocer que su decisión tiene un efecto, a mi modo de ver, positivo “como imagen” para la Iglesia.
Su carta de renuncia tiene algunos puntos significativos y emocionantes. Para empezar, llama la atención el momento elegido para hacerla pública, puesto que el anuncio se produjo durante un consistorio de cardenales ya previsto anteriormente, con el fin de fijar las fechas de proclamación de nuevos santos. Es decir, eligió una actividad de su agenda ordinaria para anunciar algo extraordinario. Nada de convocatorias ex profeso que, quizá, habrían creado un halo de misterio e intriga (y, consiguientemente, de rumores), al no saber exactamente para qué convocaba el Papa a los purpurados. Éstos fueron a una cosa y se encontraron también con otra, quizá inesperada. En esto, el Papa revela su inteligencia, lo bien pensado que lo tenía todo, lo cual, dicho sea de paso, confirma que está en sus cabales y que no ha tomado esta decisión ni a la ligera ni empujado por ningún tipo de situación extrema (mental o física).
 “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”. Esta frase no tiene desperdicio: es reveladora de una decisión madura, meditada y pensada en conciencia “ante Dios” (seguimos viendo en esto a un Papa “en sus cabales”, plenamente libre y responsable); revela también una profunda sencillez y humildad, muy características en la personalidad de Joseph Ratzinger. Reconocer con normalidad que uno “ya no puede más” y que por ello no pasa nada pertenece al ámbito del buen obrar y a la esfera del buen ejemplo. Nadie es imprescindible y eso que este Papa “casi” lo es, por su hondura intelectual, entre otras cosas.
Sigue emocionando Benedicto XVI cuando dice: “Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto [impresiona esa seriedad, esa conciencia, a sus años], con plena libertad [por si quedaba alguna duda y en coherencia con el pensamiento manifestado antes en diversos lugares], declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro [bella frase de solemnidad]”. De nuevo, el Papa muy “en sus cabales”: toma la decisión siendo consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, manifestando expresa y solemnemente su renuncia. No se puede hacer mejor.
Viene luego el capítulo de los agradecimientos: “Queridísimos hermanos [bella y cercana forma de dirigirse a todos], os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio y pido perdón por todos mis defectos”. Pienso que los creyentes y también los no creyentes debemos gratitud inmensa a Benedicto XVI por toda una vida dedicada a la Iglesia y, siquiera, por defender con ardor valores como los derechos humanos, el entendimiento entre todas las religiones y la paz. “Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo…”: me encanta esta conciencia de que no es él, Benedicto XVI, el sumo pastor, sino que lo es Jesucristo, al cuidado del cual “confía” la Iglesia. Me parece precioso.
En medio de todo, es mejor noticia para los católicos que el Papa se vaya porque quiere que porque se muere. No deja de ser un consuelo. El Papa teólogo se va y, al final de su ministerio, nos deja como regalo una carta de renuncia que es una perla. Otra más de su pontificado. Y esperemos que no sea la última. De aquí hasta el 28 de febrero (cuando deje la sede vacante), aún puede sorprendernos. Ojalá.

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