miércoles, 13 de marzo de 2013

FRANCISCO I, UN PAPA PARA TIEMPOS DE CRISIS

Habemus Papam. El Cardenal de Buenos Aires, Jorge María Bergoglio, ha sido elegido por los cardenales para ocupar la silla de Pedro. ¿Sorpresa? Hasta cierto punto. No figuraba en los principales puestos de las quinielas periodísticas, pero era uno de los posibles. De hecho, se cuenta que en el anterior cónclave, quedó segundo tras el Cardenal Ratzinger y que pedía, con lágrimas en los ojos, que dejaran de votarle. Esta vez, la cosa ha ido en serio. Es Papa, con el nombre de Francisco I.
Personalmente, tenía muy buenas referencias del Cardenal Bergoglio antes de ser elegido como sucesor de Pedro. Era una persona conocida por su austeridad y santidad de vida. De modo que cabe pensar que los cardenales se han inclinado por un Papa santo antes que por un Papa sabio. Con Ratzinger, pasó, quizá, al revés: se quiso tener como Pontífice al intelectual, al teólogo maestro, el mejor de los tiempos modernos, aquél que podía iluminar con su primorosa doctrina el momento actual de la Iglesia. Esto no quita nada para que Benedicto XVI haya mostrado una integridad de vida digna de quitarse el sombrero. Pero cada persona y cada Pontífice tiene su carácter y sus acentos.
Con Bergoglio, creo que se ha dado un viraje en toda regla, un giro de 360 grados. Primero, ya no es un Papa europeo, lo cual muestra la catolicidad y la universalidad de la Iglesia. Se va perdiendo desde hace más de treinta años la tradición de los Papas italianos, algo que, quizá, en este momento, era necesario, pues quienes hablan de las intrigas internas vaticanas, señalan a los italianos como un grupo de peso en las tristes deslealtades y luchas por el poder, algo de lo que se ha huido por completo. Se ha escogido a un hombre fuera de toda duda, lejos de la sospecha por encubrir la pederastia y ajeno a las intrigas del Vatileaks; un jesuita austero que, en estos tiempos de crisis, puede recordar a la humanidad valores morales fundamentales, situados en el extremo opuesto a los que han originado la actual crisis económica. Y que  también puede recordar a los cristianos principios evangélicos esenciales que han quedado en el olvido.
Por otra parte, me llama la atención que el nuevo Papa sea jesuita. La Compañía de Jesús vive, desde hace años, una importante división interna entre supuestos “conservadores” y supuestos “progresistas”; no son pocos los sacerdotes y teólogos jesuitas que se manifiestan en contra de la enseñanza y el Magisterio oficial de la Iglesia (a pesar de que tienen un cuarto voto de obediencia al Papa), una situación que, para cualquier católico de bien, resulta dolorosa. Hay que reconocer que los jesuitas verdaderos, los de la “vieja escuela”, son gente extraordinaria y muy bien preparada, pero nos quedan pocos de ésos. Quizá, uno de esos pocos era el nuevo Papa. Quién sabe si la histórica institución fundada por Ignacio de Loyola necesitaba tener al frente de la Iglesia a uno de los suyos, para acometer una intensa reforma de la Compañía que los devuelva al verdadero espíritu ignaciano, jamás enfrentado con la Iglesia oficial. Esperemos.
Además, personalmente, creo que la fama de austeridad y los valores con que llega al Papado Francisco I permite albergar esperanzas de una “limpia” importante en todas las esferas eclesiales donde asome las más mínima corrupción y contra-valor evangélico. Puede ser el Papa de las reformas. Si el Cardenal Bergoglio es, como se ha dicho, una persona de vida santa, tendrá que ser también un Papa sano, que sanee aquellas estructuras y estamentos de la Iglesia que despiden hedor, en lugar del buen olor de Cristo. Ojalá.
En suma, a la alegría que siente todo buen católico por la elección de un nuevo Papa, sumamos la ilusión y esperanza que genera, concretamente, la persona elegida, con la anécdota añadida de que es de habla hispana. Dios le bendiga abundamentemente y le haga ser un pastor conforme a Su Corazón. Oremos. Que así sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario