jueves, 6 de septiembre de 2012

¿ES LO NATURAL SER ATEO?

A la vista de lo que vimos la semana pasada, podemos decir que no es lo natural ser ateo; más bien, al contrario: lo natural en el hombre es ser religioso, pues, como comentábamos, la mayoría de los pueblos han tenido y tienen una religión, algún modo de relacionarse con la trascendencia, con lo desconocido, con la divinidad. En nuestros días, parece que el ateísmo o la indiferencia religiosa toma cada vez más cuerpo en nuestra sociedad, pero, visto de una manera global, se trata de un fenómeno más o menos engañoso, porque, aún hoy, la mayoría de los miles de millones de personas que pueblan la Tierra siguen alguna religión: cristianismo, islamismo, judaísmo, hinduismo... y otras.
Es verdad que, por ejemplo, el cristianismo padece una cierta crisis en cuanto a su práctica, pero sólo en determinadas zonas geográficas, como Europa y Occidente, ya que en otros lugares del mundo (como Asia, África o muchas zonas de Latinoamérica) dicha práctica está creciendo o, por lo menos, se mantiene en altos niveles de estabilidad. De modo que es imposible que desaparezca el sentimiento y el sentido religioso de la humanidad, porque la experiencia indica que éste persiste en todos los tiempos.
El hecho de que algunos hombres, aunque sean muchos, se declaren ateos o indiferentes no anula la norma general, pues, globalmente, en el mundo, siempre hay una mayoría religiosa que supera en número (y con amplísima diferencia) a la minoría que afirma no poseer religión. Puede haber zonas geográficas donde se concentre una mayor propensión hacia la indiferencia o el ateísmo, pero esto va también por modas y según momentos históricos, lo cual se relaciona, como vemos, con factores coyunturales más que con factores naturales.
Además, los motivos de la irreligiosidad son, de ordinario, muy variados y no pocas veces interesados, pues a veces no conviene ni interesa que Dios moleste, que Dios exista, pues se le ve como alguien que coarta la libertad humana con normas engorrosas. Ya se ve, por lo tanto, que, en este caso, los pretextos tienen más que ver con la libertad  de las personas que con la naturaleza humana.
Al fin y al cabo, cuando vivimos bien, cuando tenemos todas las necesidades satisfechas e, incluso, nos sobra para permitirnos algún capricho ocasional u ordinario, resulta fácil olvidarnos de Dios. Somos así. Hasta que, quizá, un día, algún acontecimiento especialmente intenso, en particular si es adverso, puede obligarnos a encarar de frente el problema de Dios. Suelen ser momentos de decisiones fuertes, de un sí o de un no.

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