sábado, 1 de septiembre de 2012

¿PUEDE LA CIENCIA DEMOSTRAR A DIOS?

La Ciencia, por sí misma, nunca puede ni podrá decir nada sobre la existencia o inexistencia de Dios, pues Dios, si existe, es un ser espiritual que escapa al método puramente empírico propio del conocimiento científico. Dios es una realidad meta-física, más allá de lo físico y de la Física. Afirmar lo contrario (que Dios es material o que todo es Dios -panteísmo-) no está tampoco demostrado (por lo tanto, se trata de una afirmación temeraria) y supone atribuir a la materia propiedades divinas, entre las que destacarían la perfección, la infinitud, la inmutabilidad, etc. Esto contrasta notablemente con las realidades materiales, que, vemos, son limitadas, finitas y cambiantes.
Puesto que Dios está fuera del ámbito experimental, únicamente accedemos a Él por argumentos de razón (filosóficos) que, teniendo en cuenta los datos de la Naturaleza y de la Ciencia, nos llevan, sin embargo, más allá de estas últimas realidades, aunque con una lógica. En este sentido, decir, sin probarlo científicamente, que sólo vale el conocimiento obtenido por la Ciencia es un pre-juicio (o juicio previo) de tipo filosófico, no científico, muy común en la historia del pensamiento y en nuestros días. No está garantizada su verdad; al contrario, el hombre sabe que la Ciencia es un camino más, entre otros muchos, para satisfacer su hambre de conocer. Otros caminos se encuentran también en disciplinas diversas: filosofía, historia, teología…, cada una con su peculiar objeto y método.
Por todo lo comentado, un científico que se atreva a decir algo sobre la existencia de Dios, habla más desde un plano pseudo-científico, filosófico o personal que desde la Ciencia misma.
Hay muchas personas que dicen: “Yo sólo creo en lo que veo, en lo que la Ciencia puede demostrar”. Pero el hombre posee también una capacidad innata, natural, para pensar, razonar y argumentar, algo en lo que, precisamente, se distingue, junto con la libertad, del resto de los animales. Aristóteles definía al hombre como “animal racional”, esto es, un animal que puede usar su razón para hacerse preguntas y responderlas con argumentos, pues resulta innegable su aspiración a la verdad.
La fe, en este sentido, es también muy clara. El Concilio Vaticano I (1870) enseña que Dios “puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana, partiendo de las cosas creadas” (Dei Filius, cap. 2). San Pablo también dice lo mismo, hasta el punto de afirmar que los hombres “no tienen excusa” (Rom 1, 20). Una vez más, Ciencia y fe, fe y razón, no se excluyen, sino que se complementan.

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