sábado, 1 de septiembre de 2012

¿SON IGUALES TODAS LAS RELIGIONES?

No. Todas las religiones no son iguales: ni por creencias ni por doctrina ni por ritos ni por su manera de entender a Dios ni tampoco por el modo de relacionarse con Él. Además, el cristianismo se distingue esencialmente de todo el resto de religiones: para empezar, confiesa un monoteísmo un tanto “peculiar” con el dogma de la Santísima Trinidad (Dios es Uno y Trino a la vez, tres personas divinas que constituyen un solo Dios); y lo más importante, afirma que la Segunda Persona de esa Santísima Trinidad, el Verbo, se ha encarnado, se ha hecho carne de nuestra carne, se ha hecho hombre.
Por lo tanto, el cristianismo no es, como vemos, un monoteísmo más; no es ni siquiera una religión más que se tenga a sí misma como “revelada” (cual sucede con el judaísmo o el islamismo, por ejemplo). Va mucho más allá: cree que Dios se ha hecho hombre, uno de nosotros; que Él ha entrado en la historia humana, de modo que la religión ya no supone un esfuerzo, más o menos “a tientas”, del hombre por buscar y encontrar a Dios, sino que, en ella, Dios mismo sale al encuentro del hombre (haciéndose “uno de tantos”) para dársele a conocer de tú a tú y llamarle a una altísima vocación, por medio de la gracia: participar de Su misma y felicísima vida intra-trinitaria. Lo cantaban los antiguos Padres de la Iglesia: “¡¡Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios!!”. Se trata de un plan y de una vocación más alta que la prevista para los ángeles, los cuales, teniendo una naturaleza superior a la humana, sin embargo no poseen el “status” de hijos de Dios ni tampoco el gozo de que Dios se haya hecho “ángel” como ellos. El hombre, sí. Según la fe cristiana, el Padre nos hace “hijos en el Hijo” por la acción del Espíritu Santo y así nos introduce en la vida intra-trinitaria, en la divina vida de la gracia. Así pues, en el cristianismo, la iniciativa parte de Dios, no del hombre, y éste debe limitarse a dar una respuesta de fe.
Pero, además, el cristianismo cree que ese Dios-hombre tiene tanto interés en la suerte humana, tanto amor, que no se queda plácidamente en la lejanía de su trascendencia (como en tantas otras religiones), sino que se implica, hasta el punto de sufrir, luego morir por los hombres en la Cruz y más tarde, resucitar. La fe católica profesa que, vivo, Jesucristo actúa ahora a través de Su Iglesia, que es como la prolongación Suya en la historia. No sólo eso, sino que confiesa también que ese Cristo resucitado se queda permanentemente con los hombres en la Sagrada Eucaristía, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Ninguna otra religión dice algo igual. Otras religiones dependen del aleatorio beneplácito divino; el catolicismo tiene la garantía de la acción y la salvación divinas por medio de la Iglesia; la garantía de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y en los demás sacramentos. Por lo tanto, no puede dar lo mismo ser cristiano que no serlo.

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