miércoles, 8 de febrero de 2012

¿ABORTO?

La aceptación social del aborto es el gran mal de nuestro tiempo, peor aún que la aceptación social de la esclavitud en siglos recientes. Es cierto que en las democracias las cosas se deciden por la mayoría de la población, representada en el Parlamento; también es cierto que a los representantes del pueblo, a los partidos políticos, se les vota por más cosas que por su postura en este tema, de modo que, personalmente, no sé hasta qué punto resulta verdadero pensar que las mayorías parlamentarias reflejan la mayoría social u opinión popular en este asunto de gran división, al menos en nuestro país.
Sea como fuere, para nuestra formación cristiana, conviene tener muy claro que lo que decide la mayoría no siempre está bien. A veces, está muy mal. Las cosas son buenas o malas por sí mismas, no porque lo decida una mayoría social o parlamentaria. Hitler llegó al poder con mayoría democrática y se convirtió en el racista y criminal que todos conocemos. Como hemos esbozado antes, en otros siglos se aceptaba socialmente por mayoría la esclavitud que degrada la dignidad  humana. En suma, está claro que hay pecados de época, es decir, que inciden más en unas épocas que en otras, como sucede hoy con el aborto.
Debemos tener claro que, por ejemplo, robar está mal por sí mismo, al margen de que las leyes o la mayoría social sean más o menos permisivas con quienes se llevan dinero del ámbito público o privado; matar es malo en sí mismo, al margen de que las leyes sean más o menos duras con quienes cometen un asesinato… Por la misma razón, el aborto es malo en sí mismo, al margen de lo que decidan las mayorías, pues consiste en matar a un ser humano débil e inocente.
Quienes argumentan que la ciencia no tiene claro aún este último punto deberán responder por qué, si no, el Código Deontológico Médico, en su artículo 25, apartado 1, dice que no es “deontológico admitir la existencia de un período en que la vida humana carece de valor. En consecuencia, el médico está obligado a respetarla desde su comienzo”. Y en el apartado 2 de ese mismo artículo, afirma: “Al ser humano embriofetal enfermo se le debe tratar de acuerdo con las mismas directrices éticas, incluido el consentimiento informado de los progenitores, que inspiran el diagnóstico, la prevención, la terapéutica y la investigación aplicadas a los demás pacientes”. Resumiendo: el citado Código Deontológico Médico califica de ‘ser humano’ al ser ‘embriofetal’ y le concede el mismo estatus de paciente que a otras personas. ¿De verdad que la ciencia médica no lo tiene tan claro?
Suele decirse que los anti-abortistas queremos ver a las mujeres en la cárcel. Al margen del necesario debate sobre si es posible defender un bien jurídico tan importante como la vida sin penas de cárcel (hágase, si resulta viable y eficaz), en España no ha ido ninguna mujer a la cárcel por abortar desde que se despenalizó esta práctica. Es más: antes de la mencionada despenalización, los juzgados dictaban normalmente sentencias absolutorias en los tres supuestos despenalizados en los años 80, por lo que debemos concluir que ni la anterior ley ni la nueva promovida en España por el Gobierno socialista eran necesarias. La ley sólo ha servido para crear en la sociedad una mentalidad abortista.
Lo que de verdad se hacía necesario era matizar mejor y regular tanto el coladero que suponía el supuesto de “salud psíquica de la madre” como las prácticas médicas por las que certificar este peligro se convirtieron en un mero papeleo de trámite. El estado de cosas hacía que, de hecho, ya hubiera aborto libre en España. Regulando bien este punto, descenderían de verdad los abortos. No olvidemos que el 98 % de las interrupciones legales que se han practicado en España se han acogido al supuesto de salud psíquica de la madre. Todo un coladero, como decimos.
El problema es que el aborto se ve hoy en día como un método más de planificación familiar. Si el hijo no es deseado, lo eliminamos, consecuencia lógica de una sociedad  egoísta que valora el bienestar y la calidad de vida hasta el grado de suprimir al ser imprevisto y molesto. Debemos romper con el argumento victimista y sentimental de que el aborto constituye el último recurso de todas las mujeres, que, supuestamente, se ven en una situación dramática y sin otra salida. En muchos casos no es así, pues el aborto (y los fármacos con efectos abortivos) se han convertido en un método anti-conceptivo más.
Desde luego, hay algunas situaciones dramáticas, presiones familiares, etc., pero también hay que desmitificar la pretensión (hecha para ablandar nuestro corazón y consentir en esta práctica) de que dichas situaciones extremas constituyen la regla general. Desenmascaremos las cosas. Y, si no hay otra salida (que la hay, en tantas organizaciones de ayuda), se debe a que nuestros políticos se encargan de rechazar en los Parlamentos medidas que ayuden a la mujer y madre a sacar adelante su embarazo. La única alternativa que se ofrece hoy a la mujer embarazada con dificultades es el aborto. Vamos mal.
Frente al aborto, valen los argumentos, pero vale más querer ver y oír: hoy es posible ver en imágenes de 3 dimensiones al bebé perfectamente formado pocas semanas después de ser concebido, oír los latidos de su corazón… Estamos ciegos y sordos, y lo peor es que lo estamos voluntariamente. Un drama.

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