martes, 14 de febrero de 2012

¿JESUCRISTO ES DIOS?

Los evangelios son razonables y creíbles, porque hay en ellos hechos y dichos que, teniendo en cuenta la mentalidad y las costumbres judías, resultan imposibles de inventar para una primera comunidad apostólica que, precisamente, procedía del judaísmo. Si no es por fidelidad histórica, hay cosas escritas en los evangelios que no se entienden.
Pues bien, hay dos cosas imposibles de inventar para unos judíos y es que un hombre, y más un hombre judío como Jesús, se arrogue para sí el poder de perdonar pecados y  se ponga él mismo en el centro de la religión, reclamando el mismo trato que se da para Dios. Veamos:

1º) El poder de perdonar pecados es algo exclusivamente reservado a Dios, máxime en la mentalidad judaica. Atribuirse este poder supone para los judíos una blasfemia; les ofende tanto que no serían capaces de inventarlo. “¿Cómo habla así éste? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” (Mc 2, 7; Lc 5, 21). Por eso, entre otras cosas, condenaron a Jesús a la Cruz del Calvario: por supuesta blasfemia.
Pero Jesús, a quien cabría tomar como un loco “iluminado” por la pretensión de perdonar pecados, confirma sus dichos con sus hechos. “Pues, para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la Tierra para perdonar los pecados, dijo al paralítico: ‘Tú, levántate, carga con tu camilla y vete a tu casa’. Él se levantó y se fue a su casa” (Mt 9, 6; Mc 2, 10; Lc 5, 24). Es decir, si Jesús puede curar los males físicos (enfermedad), también tiene poder divino para curar los males espirituales (el pecado).


2º) Jesús se pone él mismo en el centro de la religión, reclamando para sí el mismo trato que para Dios. “El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por la salvará” (Mt 16, 25 y otras citas); “El que ama a su padre o a su madre más que a no es digno de (Mt 10, 37). A diferencia de otros fundadores de religión (como Mahoma, Buda, Confucio, etc.), no se limita a señalar o indicar un camino de salvación, sino que dice ser Él mismo el Camino. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por Mí” (Jn 14, 16). Aceptarle o negarle a Él es aceptar o negar a Dios mismo. Podríamos pensar que es un iluminado que nos engaña. “Pero, si yo echo los demonios con el Espíritu de Dios, es señal de que ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt 12, 8). En suma, las obras de Jesús, sus milagros, confirman su divinidad, pues, como bien dijo en otro momento, “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 16; Lc 6, 44). Y veíamos en el anterior artículo la verdad histórica de los milagros de Jesús.

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