miércoles, 8 de febrero de 2012

¿HOMOSEXUALIDAD?

Antes que nada, tenemos que distinguir entre la condición de homosexual, que, en sí misma, no es pecado (si no se ha buscado libremente, sino que uno se la encuentra de modo involuntario) y las prácticas homosexuales, que, de acuerdo con la Sagrada Escritura (Cf. Gen 19 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10) y la ley natural, sí son pecado grave, del mismo modo que lo son las prácticas heterosexuales fuera del matrimonio. Por lo tanto, en esto, propiamente, no hay una discriminación hacia los homosexuales, pues, pensando en católico, el sexo fuera del matrimonio está siempre fuera de lugar.
Se argumenta que la Iglesia no permite el matrimonio a los homosexuales y que, por lo tanto, éstos nunca podrán realizar el acto de unión carnal de forma moralmente lícita. Es verdad, pero la Iglesia tampoco permite el matrimonio a otros grupos de personas (por ejemplo, entre un padre y su hija…), y no por ello han de sentirse discriminados, pues el matrimonio es para lo que es y hay que proteger tanto su finalidad en favor de la prole como el bien de los vínculos sanguíneos entre personas.
En efecto, una pareja de homosexuales no puede concebir naturalmente un hijo, que es uno de los fines primordiales para los que existe el matrimonio, por lo que es natural que no se puedan casar (al menos, por la Iglesia); tampoco pueden aportar la riqueza específica de lo masculino y lo femenino en una complementariedad perfecta que funde las diferencias físico-psíquicas de ambos sexos. Por lo tanto, el acto homosexual carece de toda la riqueza del acto íntimo heterosexual.
Pero es que, además, biológica o fisiológicamente es fácil darse cuenta de que, así como en la unión heterosexual los órganos masculino y femenino encajan de manera perfecta (su complementariedad física es plena), en el acto homosexual masculino se produce una cierta violencia, de modo que la unión es imperfecta y la procreación, imposible. En el acto homosexual femenino, ni siquiera se produce la unión (podría hablarse, a lo sumo, de masturbación compartida), con lo que se incumplen en ella los dos fines propios más fundamentales del matrimonio y del acto conyugal: unión y procreación.
Por lo tanto, hay que recalcar que el matrimonio, por su propio dinamismo natural, no está pensado para personas homosexuales, igual que tampoco para otro grupo de personas, como, por ejemplo, los impotentes incurables (que también tienen imposible la unión y, por consiguiente, la procreación natural con una pareja). Y es que, por poner un ejemplo, si queremos meter a 6 personas en un Seat 600, seguramente no podremos, porque cada cosa sirve para lo que sirve y (hay que aceptarlo) cada condición impone su limitación.

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