martes, 14 de febrero de 2012

¿HÁGASE TU VOLUNTAD?

En el Padrenuestro, hay una petición al Padre que conviene comentar: “Hágase tu voluntad, en la Tierra como en el Cielo”. Además, en la vida espiritual es muy socorrido (y acertado) afirmar que tenemos que cumplir la voluntad de Dios. ¿Su voluntad? ¿Por qué? ¿No puedo hacer yo en cada momento lo que me apetezca? ¿Acaso es Dios un ser arbitrario, un tirano caprichoso que me impone a cada momento lo que tengo que hacer?
Conviene aclarar que la voluntad de Dios no es como puede llegar a ser la nuestra, una voluntad caprichosa y porque sí. No. Dios es bueno, no arbitrario, y tiene una voluntad muy bien regulada por su infinita sabiduría, por su inteligencia infinita; de modo que lo que Dios quiere es porque Él sabe que es lo mejor, aunque a nosotros nos parezca otra cosa. En suma, Dios tiene sabias y sobradas razones para querer lo que quiere, para hacer lo que hace, para permitir lo que permite o para pedir lo que pide.
La infinita sabiduría de Dios (que llega, incluso, a escribir derecho con renglones “torcidos”) no cabe en nuestra limitada cabeza y por eso la voluntad divina nos es muchas veces ininteligible. Es como querer meter toda el agua del mar en un simple hoyo cavado en la arena de la playa. Ahora bien, eso no significa que Dios haga propiamente “lo que le da la gana” (en el mal sentido de la expresión), sino tan sólo lo que Él sabe que está bien, lo que Él sabe que es lo mejor.
Por eso, dada nuestra limitación humana opuesta a la infinita sabiduría de Dios, nos conviene a los hombres tener una actitud permanente de confianza. “Hágase, Señor, tu voluntad, porque yo, en el fondo, no sé, pero tú sí que sabes y, además, eres bueno”. El niño no sabe ni entiende muchas veces por qué su padre le lleva donde éste quiere, pero confía y le es natural ir agarrado de su mano. Igual debemos hacer nosotros con Dios, confiando en que Él es infinitamente sabio y bueno; no sólo eso, sino que, además, se nos ha revelado como Padre; un padre que quiere lo mejor para nosotros.
De ahí que, cuando nos vaya bien, será oportuno y bueno dar gracias y decir: “Hágase tu voluntad”; y, cuando aparentemente las cosas se tuercen, es el momento de confiar más, si cabe, y decir: “Hágase tu voluntad, Señor, porque tú sabes más” o “Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío”. Esta actitud humilde y verdadera se contrapone a la soberbia de pretender que Dios haga exclusivamente nuestra torpe y muchas veces inconveniente voluntad: somos nosotros los que debemos cumplir la sabia, aunque a veces ininteligible, voluntad divina. “Sí, Señor: hágase tu voluntad, en la Tierra como en Cielo, por tu inmensa  bondad, justicia y sabiduría; por los siglos de los siglos. Amén”.

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