martes, 14 de febrero de 2012

¿DIOS ES MISERICORDIOSO?

Sí, Dios es misericordioso, pero entiéndase bien esta expresión, porque aquí queremos resaltar algo obvio: Dios es bueno, es misericordioso, pero no tonto. Hay gente que piensa que, como Dios es misericordioso, nos va a perdonar todo y entonces nosotros tenemos carta libre para hacer en esta vida lo que nos dé la gana. Grave error, que, como  mínimo, refleja una mentalidad de querer aprovecharse de Dios, de su bondad, de su misericordia. Dios nos perdonará todo sólo si nos arrepentimos de verdad y, de ordinario, si confesamos nuestro pecado sacramentalmente. No olvidemos que, con nuestro pecado, ofendemos a Dios y que todo ofendido tiene derecho a poner las condiciones para perdonar. En nuestro caso, las condiciones ordinarias son que haya arrepentimiento con propósito de enmienda y que digamos los pecados al confesor.
Hay una regla de oro, a mi entender: no puede haber misericordia sin justicia, porque entonces Dios faltaría también a la verdad (es decir, a la verdad de lo que han sido nuestras libres acciones); del mismo modo, no puede haber justicia sin misericordia, porque entonces imperaría la ley del palo, la ley del Talión (ojo por ojo, diente por diente) y eso mismo sería cruel e injusto. Lo adecuado es, quizá, pensar que en Dios la justicia está regulada, medida, por su misericordia, la cual es en Él un valor superior. En suma, lo más grande del corazón de Dios es su misericordia, pero eso no significa que prescinda de la justicia, pues, de lo contrario, sería un Dios falso, injusto, al que le da igual una acción buena que otra mala; le daría igual, en definitiva, la libertad del hombre. Y Dios puede ser muchas cosas, pero, desde luego, no es relativista.
¿Cómo será entonces el juicio de Dios? Desde luego, es difícil conocerlo al detalle, pero estoy convencido de que Dios será espléndido, muy espléndido, con nuestras buenas obras, pues, de hecho, nos ha prometido en el Evangelio el ciento por uno. ¿Y con nuestros pecados, con nuestras malas obras? Dios, a mi humilde parecer, aplicará con ellas una justicia medida por su misericordia, lo que significa que tendrá en cuenta todas las circunstancias atenuantes y eximentes que se puedan aplicar a nuestro favor, siempre conforme a verdad y no conforme a mentira o invención. Cualquier resquicio de arrepentimiento con que hayamos partido de este mundo pesará, más bien, a nuestro favor; lo mismo que el bien que hayamos hecho o el sufrimiento, la cruz (siempre redentora) que hayamos vivido u ofrecido: pienso que ayudarán a nuestra salvación y serán remedio de nuestros pecados.
En definitiva, es inimaginable el juicio de Dios o los parámetros con que nos medirá, pero nadie estará donde no lo merezca. El juicio de Dios será un juicio justo. Ésa es nuestra mayor tranquilidad y, probablemente, una de sus mejores misericordias.

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