martes, 14 de febrero de 2012

EL PAPA, ¿JEFE DE ESTADO?

Sí. El Papa es Jefe temporal de un minúsculo Estado, el Estado del Vaticano. No es afán de poder, al menos en nuestros días. Independientemente de los avatares históricos que han llevado a la Iglesia a la peculiar situación de regir un territorio civil, hay que caer en la cuenta de las ventajas que esto reporta hoy en día, habida cuenta de que el Papa, las más de las veces, no se comporta como un soberano al uso. En efecto, se puede decir que a la Iglesia le viene bien tener un Estado internacionalmente reconocido, porque, gracias a eso, puede establecer relaciones diplomáticas con los distintos países al más alto nivel, no para acaparar poder ni otras glorias, sino para servir a la paz y al bien común de la humanidad; en definitiva, para servir a la gloria de Dios, a la misión evangelizadora de la Iglesia y al bien de los hombres.
Por poner algún ejemplo, en la Alemania de Hitler, la Santa Sede fue capaz de salvar muchas vidas gracias a sus secretos contactos diplomáticos que, quizás, hubieran sido más complicados de no ser por el hecho de que la Ciudad del Vaticano constituye un Estado; en nuestros días, la Santa Sede tiene voz y voto en algunos organismos internacionales de relevancia precisamente porque es un Estado. Los viajes del Papa a los distintos países del mundo se facilitan mucho por el hecho de ser un Jefe de Estado. De alguna manera, regir un Estado da a la Iglesia mayor capacidad de influencia internacional, un ‘poder’ que se utiliza para hacer el bien, conforme a las premisas del Evangelio, y no en beneficio propio. Un poder que, en definitiva, es más un servicio. La Iglesia puede ser, de ese modo, una voz clara, una conciencia moral, en asuntos globales y en otros que afectan a los hombres, hijos de Dios.
No hay ninguna otra religión más que la católica que tenga un cuerpo diplomático, por otra parte tan extenso, de tanta fama y prestigio, de tanta eficacia y buen hacer, fruto de una experiencia acumulada durante más de 2.000 años. Señala John L. Allen, biógrafo de Benedicto XVI,  que 193 países mantienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede y que tan sólo unos pocos (como Vietnam, Corea del Norte, Arabia Saudí e Irán) no las tienen. Esto sitúa a la Santa Sede en una situación de privilegio internacional para difundir el bien, la paz y los valores del Evangelio, también entre países de mayoría musulmana o de otros credos.
Por eso, antes de criticar este aspecto nos viene bien saber por qué se da. La Iglesia, al mantener un Estado, no quiere poder, sino sólo servir mejor a Dios y a los hombres.

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