martes, 14 de febrero de 2012

¿ES CRUEL EL DIOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO?

El Dios del Antiguo Testamento es muy poco popular, pues aparece como un Dios que castiga, lleno de ira, que permite o alienta verdaderas tropelías humanas… Parece estar lejos del Dios bueno y misericordioso que conocemos por el cristianismo.
Parece. Pero no es así. Ese Dios aparentemente castigador y vengativo es el mismo que hizo con amor toda la Creación explicada en el Génesis (que también es Antiguo Testamento) y el que determinó salvar al hombre, después de la caída de Adán, mandando a su propio Hijo hasta la cruz, con el fin de hacernos ver a los hombres hasta qué extremos nos ama.
Ocurre que en el Antiguo Testamento Dios tenía que lidiar con un pueblo “de dura cerviz”, que, una vez tras otra, le ofende adorando a otros dioses falsos e inexistentes, a pesar de que constantemente Él había dado pruebas de su existencia y amor. Dice entonces el AT que Dios es un Dios “celoso”, porque es lógico: quien ama quiere ser amado. Y dice también que es un Dios que “castiga hasta la tercera o cuarta generación la iniquidad de los padres”, porque, a veces, la dureza del pecado hace que tengan que pasar generaciones hasta que el pueblo elegido se da cuenta de lo mal que vive lejos de su Dios, de cuánto le conviene volverse a Él.
Por supuesto, Dios lo intentó “por las buenas”, mandando constantemente profetas que anunciaban el verdadero camino a Israel; pero también constantemente, tras un tiempo de obediencia, el pueblo elegido acaba por rebelarse e irse tras otros dioses, tras “el becerro de oro”. No había manera. Así que Dios tuvo que intentarlo con otros medios, digamos que “por las malas”, recurriendo al castigo, porque era la única manera de hacer que los israelitas rectificaran de sus malos caminos.
Y es verdad que en el Antiguo Testamento se cometen tropelías humanas que, de alguna manera, parecen “bendecidas” por Dios; pero, más que bendecidas, tendríamos que hablar de “toleradas”, pues se trata de tiempos imperfectos, en los que el corazón del hombre está muy endurecido por el pecado, tras la primera caída de Adán. En su pedagógico plan de salvación, Dios “se adapta” a esa imperfección del hombre. Con Jesucristo, llegada la plenitud de los tiempos, es el momento de restaurar las cosas en su plan original, tal y como las diseñó Dios al principio de la Creación. Por eso, ahora no sólo no se puede ya matar o divorciarse, sino ni tan siquiera llamar imbécil a un hermano o desear la mujer del prójimo en el propio corazón. Es decir, el Antiguo Testamento era el tiempo de la Ley, a secas (una ley “adaptada”), pero el Nuevo Testamento es ya el tiempo del Amor, con mayúsculas, plenitud de la Ley.

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