martes, 14 de febrero de 2012

¿UNA IGLESIA “DEMOCRÁTICA”?

La Iglesia es constitutivamente jerárquica, no democrática, porque así lo quiso el mismo Jesucristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). El poder civil puede organizarse de diversos modos legítimos, porque, para lo temporal, Dios no ha dado normas precisas y existe una libertad muy grande (“Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” – Mc 12, 17; Lc 20, 25-); pero, en lo religioso, en lo eclesiástico, Jesús quiso una estructura muy concreta, basada en un Colegio de Apóstoles (sus sucesores son hoy los obispos), al frente de los cuales puso a San Pedro, que perdura en su sucesor, el Papa. Sólo a ellos y, particularmente al Romano Pontífice, dio el poder de atar y desatar en Su Nombre, según consta en los evangelios (Mt 16, 19).
En la democracia, la soberanía reside en el pueblo, que elige a las personas o partidos que le representan a través de las instituciones; en la Iglesia, la soberanía (por llamarlo de alguna forma) reside en el Papa y los Obispos, que tienen la responsabilidad de gobernar, regir, enseñar y apacentar en nombre de Dios, en nombre de Jesús. Y esto es así por decisión divina, claramente presente en  la Sagrada Escritura, no por capricho humano.
Un párroco, un rector o un obispo pueden escuchar al pueblo cristiano y tener en cuenta sus opiniones, pero, finalmente, tienen una responsabilidad delante de Dios y deben tomar una decisión utilizando la autoridad que Dios les ha conferido a través de la Iglesia. Es lo mismo que el padre o madre de familia: en algún momento se tendrá que hacer lo que ellos digan, porque bajo su responsabilidad está la educación de un niño. Cuando uno tiene responsabilidad (en la familia, en la empresa, en la Iglesia…), tiene que ser ejecutivo, no democrático; puede tener formas más o menos diplomáticas, dialogantes o “democráticas” de ejercer la autoridad, pero, al final, tendrá que tomar decisiones de las cuales sólo él será responsable delante de Dios y de los hombres. Y ante eso, no hay democracia que valga.
Hoy en día, el concepto de autoridad tiene mala prensa, porque se entiende como un autoritarismo, en lugar de un servicio (por otra parte, necesario) a la comunidad y al bien común. Por eso lo suavizamos hablando de democracia, pues, además, a todos nos cuesta obedecer y que alguien nos mande. Pero autoridad no significa arbitrariedad. En efecto, prestar a los demás el servicio de la autoridad no nos exime de la obligación de hacerlo con buenas formas, con respeto y buscando el bien de todos. Al fin y al cabo, la autoridad es un servicio a la dignidad humana, a la persona.

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