miércoles, 8 de febrero de 2012

SENTIDO DEL HUMOR, ¿SENTIDO DEL AMOR?

Desde hace tiempo, defiendo que, paradójicamente, el sentido del humor me parece una cosa muy seria. ¿Por qué? Más allá de la gracia de turno, del chiste o del jolgorio puntual en un momento festivo determinado (algo que podemos hacer todos), la persona que tiene sentido del humor constante revela una disposición permanente, habitual, de su interior, de su corazón; una disposición favorable, un sentido positivo de la vida y una humildad grande para reírse, incluso, de sí mismo y de sus propios defectos o miserias.
En efecto, el sentido del humor relativiza mucho la importancia que uno se da a sí mismo, a las cosas, a las otras personas y a los acontecimientos de la vida… Es, pues, una actitud profunda del corazón, de una nobleza muy grande. Encontrarse con esa disposición positiva y humilde es algo de hondo calado, algo serio y profundo, para nada una broma. Personas así, con esa alegría natural y no forzada, con esa actitud positiva hacia sí mismas y hacia los demás, son de quitarse el sombrero. Se convierten en verdaderas personas-medicina, para sí mismas y para los que les rodean.
El sentido del humor auténtico (el que podríamos llamar también “cristiano”, aunque no exista un modo único de llevarlo a la práctica) prescinde de utilizar la gracia para herir a los demás o para dañar la propia autoestima. Al contrario, es un humor que nace de la alegría interior, de la disposición de hacer más agradable la vida a los demás, de la humildad de tomarse a sí mismo muy poco en serio (de modo que sea difícil ofenderse). Es un humor que lleva a la paz y a la alegría, que construye lejos de destruir. Nadie se siente ofendido; más bien, enriquecido. Crea un ambiente sano, más humano. Humaniza nuestro entorno. Y utiliza la inteligencia, la sencillez, para reír y hacer reír.
El sentido del humor puede ser una virtud que uno tenga de un modo más o menos natural, pero es, sobre todo, algo que también se conquista con esfuerzo, fomentando esa actitud favorable hacia los demás que conduce a la broma sana, al cariño felizmente expresado con el gracejo adquirido por experiencia; quitándose importancia a sí mismo y riéndose de los propios defectos; haciendo, incluso, un poco chanza de ellos o soltando una voluntaria carcajada cuando los demás parece que se meten con uno o le acusan de algo (es decir, no dejándose ofender fácilmente. Hay más misericordia, pienso, en no dejarse ofender que en ofenderse y luego tener que perdonar). El buen humor es una actitud que se toma conscientemente, voluntariamente. Esto requiere algún ejercicio (como el resto de las virtudes), pero, a fuerza de hacerlo de manera consciente y habitual, luego sale solo.
Así pues, el sentido del humor se relaciona con las virtudes cristianas de la alegría, de la afabilidad y de la humildad, entre otras. Es como un compendio de buenas intenciones en la persona que lo ejercita; el sentido del humor constituye un verdadero sentido del amor.

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