martes, 7 de febrero de 2012

¿CELIBATO SACERDOTAL?

El celibato sacerdotal es una cuestión más disciplinar que doctrinal, es decir, se trata de una disciplina puesta por la Iglesia (particularmente, en su rama latina), en aras a determinados bienes que se quieren preservar o conseguir; sin embargo, constituye una disciplina que podría cambiar, si así lo estimara oportuno la autoridad eclesial competente, ya que, en cuanto doctrina, el Evangelio, lejos de prohibir el matrimonio de aquellos a quienes Jesús confirió el orden sacerdotal (los apóstoles), habla de “la suegra” de San Pedro (por lo que se supone que éste estaba casado).  
Ante distinto caso nos encontramos en el tema del sacerdocio femenino (que las mujeres puedan ser o no sacerdotes); aquí, la negativa de la Iglesia es más doctrinal que disciplinar; se basa en una doctrina que la Iglesia no se siente autorizada a cambiar, pues la considera voluntad expresa de Jesús. En efecto, Él eligió apóstoles sólo a los doce (varones), pese a tener entre sus discípulos a numerosas mujeres y pese a haber dado la cara siempre a favor de la ninguneada mujer de su tiempo (lo cual hace imposible creer coherentemente que dejara de contar con ella como apóstol por motivos sociales o sociológicos).
Volviendo a nuestro tema del celibato, hay que decir que, si la Iglesia, con su experiencia de siglos, ha ido regulando esta materia, es porque entiende que, para el servicio divino y de los fieles, resulta mejor que el sacerdote sea una persona con plena disponibilidad de tiempo y de vida, enteramente dedicada “indiviso corde” (con un solo corazón, no dividido, indiviso) a Dios y a los demás. Además, Jesucristo mismo fue célibe y, de este modo, añadimos al motivo disciplinar otro de carácter teológico o bíblico, pues el sacerdote célibe se asemeja mejor a Cristo célibe (a quien representa), enteramente dedicado, como decimos, a las cosas de Dios y de los hombres, con una plena disponibilidad, como Jesús.
Son muchos los padres cristianos de familia que cuentan la experiencia personal de que bastante “lío” tienen con atender a su trabajo y a su familia como para que, además, tuvieran que atender a una parroquia y a unos fieles, en el caso de que fueran también sacerdotes. No tendrían tiempo; como mínimo, la cabeza y el corazón se les “dividirían” entre este tipo de obligaciones y las propias del estado clerical. La Iglesia ha preferido que, aunque Jesús permita el matrimonio de los apóstoles-sacerdotes, éstos sean, en la tradición latina, plenamente célibes y consagrados a las cosas tanto de Dios como de sus hermanos, los hombres.
Por otra parte, el NO tiene una carga impositiva más fuerte que el SÍ; es decir, si Jesucristo NO admitiera claramente en la Escritura el matrimonio de los sacerdotes, la Iglesia jamás podría permitirlo. Ahora bien, al revés la cosa cambia: de una práctica SÍ admitida por Jesús se puede hacer una regulación que la matice en función de circunstancias, tradiciones, tiempos históricos, lugares, bienes o riquezas espirituales que se quieren preservar… Por eso, la Iglesia no es contraria a la Escritura (como se ha dicho a veces) cuando regula una práctica permitida por Su Señor, la de los sacerdotes casados. De hecho, ella misma la permite en determinadas tradiciones católicas (como la oriental) o en determinadas circunstancias (recientemente, a los sacerdotes anglicanos ya casados convertidos al catolicismo); pero estima que, hoy por hoy, es mejor no permitirla en otras circunstancias o tradiciones (como la latina), para que el sacerdote, como venimos repitiendo, sea una persona enteramente dedicada a Dios y a los hombres y plenamente asemejada a Cristo célibe.
Por otra parte, Jesús alaba el celibato cuando dice que hay eunucos que “se hacen tales por el Reino de los Cielos” y no podemos olvidar, además, dos cosas: que San Pablo (y, por lo tanto, la Sagrada Escritura) considera el celibato como un estado mejor que el matrimonio, aunque no deslegitime este último; y que la mayoría de los apóstoles parece que no estaban casados (por lo menos, no tenemos noticia de ello en la Escritura). Es decir, el celibato es un don estimado desde el principio, incluso por el mismo Jesucristo y sus apóstoles.
Además, en la Iglesia católica de Oriente, los Obispos se eligen entre personas célibes y, aunque es verdad que hay casados que acceden al sacerdocio, sin embargo el que se ordena siendo célibe no puede luego casarse, muestra palpable del gran honor y prestigio que el celibato tiene también en esas iglesias católicas orientales. No se puede decir que la Iglesia quite libertad imponiendo el celibato: eso es tanto como decir que al que se casa se le quita libertad por exigirle la fidelidad a su pareja o que el futbolista no es libre por tener que acatar la norma del fuera de juego. Toda vocación exige renunciar a unas cosas para ganar otras. Hay unas reglas del juego, que se toman o se dejan libremente en conjunto, pero no puede ser que cada cual añada o quite por su cuenta lo que le gusta o le disgusta. No se obliga a nadie a ser sacerdote, igual que a nadie se obliga a ser futbolista ni a casarse; pero, si se es una cosa u otra, se acatan libremente unas normas, unos derechos y unos deberes. De lo contrario, parece mejor dedicarse a otra cosa.

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