miércoles, 8 de febrero de 2012

¿UNA FE SÓLO PARA LAS SACRISTÍAS?

En nuestros días, y más con nuestro Estado fuertemente laicista, se proclama que la fe es algo privado que no debe tener un reflejo público; algo que debe ser relegado a las iglesias, a las sacristías, sin que “moleste” a los demás. Esto es como pedir a un comunista o a un nacionalista que sus ideas personales se las guarde para sí, sin que eso se refleje en su actuar. Cada uno se manifiesta externamente como es interiormente: lo exterior es reflejo de lo interior. Y lo mismo sucede con los cristianos: tenemos derecho a expresar por fuera lo que llevamos dentro, a intentar que las leyes y las instituciones se conformen con nuestro modo de sentir, de vivir y de pensar. Tendremos que conseguir la mayoría suficiente, pero tenemos derecho, como lo tienen los demás. Lo contrario supone hacer una dicotomía en el hombre poco menos que kafkiana y totalmente dañina. Es decirle impositivamente: “no vivas como piensas”.
Además, la fe tiene un grandísimo reflejo en el arte y en la formación de la cultura (pensemos, por ejemplo, que, si el domingo es fiesta en los países occidentales, se debe a su tradición cristiana que ahora quieren dejar de lado). Llevar hasta el final el principio de relegación de la fe a las sacristías nos llevaría a suprimir muchas costumbres, modos de organización, manifestaciones artísticas y culturales, etc. muy arraigadas en nuestra sociedad; arraigadas, gracias a la tradición religiosa que durante siglos ha impregnado al pueblo.
Por otra parte, en España tenemos una Constitución que, lejos de perseguir la manifestación pública de nuestra fe, la facilita. El artículo 16.1 de nuestra Carta Magna afirma lo siguiente: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la Ley”. Ahora parece que, además de razones de orden público, se esgrimen razones de posibles ofensas imaginadas, cuando una estrella de David, una media luna o un crucifijo no pueden ofender a nadie con dos dedos de frente. Si ofende, será porque la persona “ofendida” en cuestión tiene algún tipo de problema (odio, intolerancia…) que tiene que arreglar ella y no los demás.
En nuestro país no es constitucional ni democrático que quieran relegar nuestra fe a las sacristías, porque la Constitución nos dice que podemos manifestarla sin más limitación que el mantenimiento del orden público protegido por la ley. Por eso, no nos pueden quitar por imposición los crucifijos, las procesiones ni los belenes de Navidad.

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